Oímos hablar de su poesía, El soldado que huye (2008), o leímos acerca de ella en revistas como Clarín, en recitales poéticos, en antologías (La edad del óxido, Leyendas urbanas,…) y nos detuvimos también en sus poemas cuando en 2010 ganaba el Premio de Poesía Joven -¿por qué pondrán calificativos a la poesía?- Antonio Carvajal, o cuando el Ministerio de Cultura le concedió en 2011 el Premio Nacional “Miguel Hernández”, por su poemario Idiomas comunes. Reparamos en él, en unos versos de “La levedad del pájaro”. Dicen así:
Sacar los pies del nido y encontrar
que fuera el mundo es limpio
y el cielo es amplio
y no nos queda nada
por lo que valga la pena no amar.
Aprender
la levedad del pájaro. Respirar.
No falta nada. Desde el principio quisimos estar de acuerdo con ellos, queríamos tener aliento de pájaro, respirar como un pájaro. Quien las pronuncia nos empuja, como ese aire que exigimos trece veces por minuto, hacia la vida.
Eran versos tan bellos como sólidos que venían para quedarse, para volver a sonar. Prueba de ello es su visita a nuestra Cuenca con un nuevo poemario: Las señales que hacemos en los mapas.
La buena Literatura siempre contiene un viaje. Es, de hecho, un viaje; un viaje de vuelta a casa normalmente, aunque, a veces, Las sirenas, por ejemplo, / no eran sino gente que, / conocida en el medio de un viaje, / hacía que se te quitaran las ganas/ de volver a casa. (Rabat IX. Las cosas en su sitio). Así suena lo que nos dice Laura Casielles en su nuevo libro.
Cuando la mayoría de nosotros solemos mirar hacia el norte, hacia la Europa del progreso progresado, Laura con su mirada de poeta nos desvía la nuestra desde el principio, desde los primeros versos, hacia el sur, hacia África, hacia Marruecos: El tren dribla (ululando, bufando a empellones)/ mulas, carros, niñas que arrastran hermanos a la escuela/. Tánger, Casablanca, Rabat, Fez, Marrakech,… Nos adentramos en una postal, en un mapa que está ahí, muy cerca, y que, tal vez, tenemos olvidado, con una sensación mitad sorpresa, mitad extrañeza, parecida a cuando vemos un teclado de ordenador con los preciosos caracteres del alifato árabe o vemos que el carro de sus máquinas de escribir va en el sentido contrario al de nuestra vieja Olivetti. La sensación de un mundo distinto al nuestro inunda las páginas de este nuevo libro de Laura Casielles, aunque al fin y al cabo el mapa lo conforman las palabras. Así nos lo explica ella.
Por eso, tal vez, en este viaje por tierras africanas, también ha encontrado aljibes, lunas de cristal tintadas o espejos donde reconocernos, ya que precisamente las palabras son el mapa, no el territorio y, como ella dice, Desde el punto de vista de los nómadas, territorio es una posibilidad abierta. Sospecho que ella misma es una nómada también y que, de una u otra forma, todos lo somos.
Pero no sé si sé bien. Laura dirá.
Tengo muchas preguntas que hacerle. Preguntarle por ejemplo que, de todas estas palabras: tierra, territorios, países, naciones, continentes, Rabat, París, España, La Cuenca, Marruecos, Francia… y tantos otros, ¿por qué ha elegido precisamente para referirse a aquellos lugares que habitamos, el de “mapas”?
O también, ¿por qué “señales” y no rastros, señas, pisadas, marcas, huellas, signos, runas…?
¿Qué nos dirá también, de tantas otras cosas?
De si es cierto que hay soldados que huyen, pongo por caso.
¿A dónde van?
¿Es mejor huir que vivir de rodillas o que morir de pie?
¿Sirven también las reglas de la guerra en los tiempos de calma?
¿Hay tiempos de calma?
¿En qué idioma común se conjuga el verbo “desentristecer”?
¿Qué colores no existen en las lenguas de África?
¿Es verdad que los kilómetros aumentan al acercarnos?
¿Cuántos hay entre la Pola de Siero y Rabat?
¿Huele a néctar de azahar en Tetuán?
Preguntarle si ha viajado en barco o tiene miedo al mar. A “volar” claro está que no.
¡Qué sé yo…! , Que ¿cómo construye sus versos?, que ¿si hay dragones más allá de Oujda?, que ¿por qué sobre Marruecos?, en fin, como se suele decir: ¿Lo tuyo cómo ye?
Pues eso. Quizá, sólo eso.
Éstas y todas las preguntas nos las podrá aclarar de viva voz esta tarde del viernes en La Casa de la Buelga en Ciaño. Y de viva voz también podremos oír, sentir sus versos. Compartirá con nosotros su respiración y su latido; sus geografías, sus viajes, su huella dactilar.
Muchos de los poemas que nos vamos a encontrar en este nuevo poemario son dignos de cualquier antología. Si tuviera que elegir uno sería muy difícil, pero quizás podría citar este que comienza así:
A veces, las mujeres que admiro lloran.
Lloran polen, lloran piedra, lloran plumas de estornino débil/
… (SUK SEBT Homenaje a las hermanas).
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